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jueves, 16 de mayo de 2013

UNA HIPÓTESIS SOBRE LA PREVENCIÓN DEL MELANOMA ( II )



Primera Parte

Comentarios sobre los investigadores, "fallos", historia y proyectos




Introducción

Este trabajo cuenta la historia de un hallazgo: la desaparición de los lunares melanocíticos de nuestro cuerpo en el año 2003. Analiza sus causas e implicaciones y sugiere ideas para un estudio futuro. Al tiempo que lo escribimos pretendemos aclarar nuestras ideas y objetivos, afianzar nuestra confianza, dejar constancia y suscitar el interés entre personas o instituciones con capacidad y medios para investigar a fondo el asunto.

Esta primera parte consta de los siguientes apartados:

- Comentarios sobre los investigadores

- Historia del hallazgo

- Proyectos

Nuestra idea es publicarla independientemente del resto de los comentarios en que analizaremos los alimentos con probable influencia en los lunares.

Las razones de este aplazamiento temporal en la publicación son:

1º) Suscitar el interés y recabar opiniones y consejos de personas expertas

2º) Aunque nosotros no hemos notado efectos secundarios importantes, no los descartamos, y no deseamos que alguien los utilice de manera inadecuada. Puede que ocurran interacciones que desconocemos. Esperamos conocer más al respecto cuando publiquemos el resto.*

3º) Deseamos participar en la investigación futura y creemos que es nuestra única forma de presión.**




*  A finales de 2011 hemos observado efectos secundarios importantes que comentamos en la tercera parte. 

** Como comentamos en el preámbulo, hemos decidido publicar todo el trabajo conjuntamente. Los planes que teníamos en el año 2010 cuando escribimos esta parte  han ido variando. Nos hemos llevado algunas decepciones, pero hemos ganado en confianza. Al final creemos que uno tiene que pelear por lo que cree.  Cuando escribimos esta parte estábamos perdidos y confusos y no sabíamos como llamar la atención de los expertos.


                            COMENTARIOS SOBRE LOS INVESTIGADORES

El 24 de septiembre de 2010 asistimos a la conferencia “Por qué soy científico”, impartida por ocho directores de los Institutos Madrileños de Estudios Avanzados (IMDEA). Uno de ellos dijo, más o menos, que el frente de la ciencia es muy amplio y que cualquiera puede dar un paso al frente, es decir, descubrir algo. Lo que hay que saber es dónde está la frontera.

La frase nos gustó, sobre todo porque apoyaba nuestro convencimiento de que para descubrir algo no hace falta ser un genio.

Por esas fechas leímos “Los diez mayores descubrimientos de la medicina”, en el que los autores Meyer Friedman y Gerald W. Friedlan dicen que quienes hicieron estos descubrimientos no eran genios; ni siquiera consideran genio a James Watson, uno de los descubridores de la estructura del ADN.

Nosotros, que nos sentimos deslumbrados, empequeñecidos y abrumados por los logros de la ciencia y tecnología actuales, adquirimos cierta seguridad y entusiasmo al leer esto.

En el año 2010 leímos “Cazadores de microbios” y al pensar en Pasteur, Koch, Roux, Grassi, Bering, Metchnikoff y muchos otros investigadores de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX y sus brillantes descubrimientos, nos convencimos de que había sido una afortunada conjunción de circunstancias y personas notables, pero no genios, al menos no la mayoría.

Lo mismo se puede aplicar a los que descubrieron los neurolépticos, los antidepresivos y los tranquilizantes en apenas diez años (década de 1950). De lo contrario, tendríamos que pensar que el parto de los genios se produce de manera intermitente en oleadas puntuales.

El que no sea preciso ser genio para poder investigar no implica que no sean convenientes ciertas cualidades y requisitos, tales como curiosidad, dotes de observación, imaginación, tenacidad, meticulosidad …

En la conferencia mencionada antes hubo cierta discrepancia entre un científico que decía que se podían hacer muchas cosas siendo licenciado y otro que pensaba que era preciso ser doctorado. Entendimos que se refería a conocer mejor donde está la última frontera del conocimiento.

Podemos, pues, concluir que un requisito para investigar es la instrucción o formación. Esto lleva implícito el apoyarse en lo descubierto por otros, ya que cualquier logro es el resultado habitualmente de la suma de muchos. Como decía Newton “Si he llegado a ver más lejos fue porque me alcé sobre los hombros de gigantes”.

Lo ideal sería la colaboración simultánea entre distintos expertos pero pocas veces ocurre.

Algunos descubrimientos se han hecho por no expertos o por expertos en otros campos, sobre todo antes de la especialización de la ciencia actual.

A veces ideas aceptadas como verdaderas son erróneas o presentan excepciones. Por ejemplo: el convencimiento de que ninguna bacteria podía vivir en el medio ácido del estómago dificultó el descubrimiento y aceptación de que la bacteria Helicobacter pylori, causante de la mayoría de las úlceras gastroduodenales, vivía en el recubrimiento del estómago.

El hallazgo que comentamos en el siguiente apartado: la desaparición de nuestros lunares debido al consumo de unos alimentos creemos que choca también con ideas preconcebidas que impiden aceptar que sea posible.

Como ejemplo ilustrativo de investigador podemos considerar a Fleming. Nació en 1881, en pleno apogeo de los estudios microbiológicos de los equipos de Pasteur en Francia y de los de Koch en Alemania. Estudió medicina en la Escuela de Medicina del Hospital Sta. María de Londres y a partir de 1906 trabajó en el Departamento de Inoculaciones a las órdenes de A. Wright, entusiasta de la vacunación en la prevención de las enfermedades infecciosas. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó en el hospital de Boulogne en Francia donde tuvo la ocasión de comprobar los estragos de las balas y la metralla en los heridos: gangrena gaseosa, sepsis etc.

Fleming era un bacteriólogo con grandes dotes de observación, minuciosidad y paciencia. También era experto en vacunas. Se interesó por la antisepsia y propuso el lavado de heridas con soluciones salinas para evitar los efectos tóxicos del fenol sobre los fagocitos.

En Londres continuó sus estudios sobre la antisepsia. En 1921 descubrió que una sustancia contenida en el moco aclaraba las bacterias. Wright bautizó posteriormente la sustancia como lisozima y a la bacteria del cultivo de Fleming como Micrococcus lisodeikticus. Fleming estudió intensamente la efectividad de la lisozima sobre distintos gérmenes. Cultivaba cada cepa de bacteria en una placa de Petri con agar y después probaba el efecto sobre ella de distintas composiciones corporales (moco, lágrimas etc.) y al mismo tiempo distintos antisépticos (bicloruro de mercurio, solución yodada, fenol y acriflavina). Fleming consideró la lisozima como un antiséptico natural con características parecidas a las enzimas. Descubrió que la clara de huevo era rica en lisozima (su concentración en lisozima era más de 200 veces superior a la de las lágrimas). Inyectó de forma intravenosa a un conejo con clara de huevo y comprobó su poder bactericida. Intentó purificar la lisozima pero no lo consiguió. Posteriormente en 1937 se purificó y Robinson demostró su carácter enzimático.

Fleming adquirió fama por su segundo descubrimiento, la penicilina, sin embargo, desde el punto de vista de la dificultad del descubrimiento creemos que el de la lisozima fue mayor, por ser el primero.

El descubrimiento de la lisis de bacterias por distintos microorganismos, bacterias, mohos, virus, se había observado por varios investigadores anteriores a Fleming. Uno de los primeros fue Pasteur que descubrió que las bacterias del carbunco contenidas en un matraz de orina hervida habían desaparecido debido a los microbios del aire.

Más cercanos al descubrimiento de Fleming de la lisozima tenemos el descubrimiento en 1915 de Twort de un agente bacteriolítíco que posteriormente se comprobó que era un bacteriófago.

Independientemente, d'Herelle en 1917 descubrió un virus que lisaba las bacterias de la disentería al que en 1918 llamó bacteriófago. Utilizó los fagos para curar animales y posteriormente personas (fagoterapia). Actualmente la fagoterapia está adquiriendo gran interés debido a que es el principal medio para luchar contra las bacterias multirresistentes.*

Otro investigador que hizo estudios sobre la actividad inhibitoria de los hongos del género penicilium sobre cultivos de estafilococos y estrectococos entre los años 1915 y 1927 fue el costarricense Clodomiro Picado.

Todos los requisitos comentados anteriormente sobre los científicos los cumple Fleming: época y lugar apropiado, formación, interés, apoyo en descubrimientos anteriores etc. Solo le faltó la colaboración con los químicos que le impidió aislar y purificar la lisozima y la penicilina.


* En el post de Esther Guarinos “Un as en la manga: los fagos de Tiflis” se comenta la curación de una gangrena en una pierna (incurable con antibióticos) y el nuevo auge que está tomando el Instituto Eliava de Tbilisi, la capital de Georgia.


Finalmente debemos considerar el papel que desempeña la casualidad en muchos descubrimientos y que también fue clave en los de Fleming, en la que el científico no tiene influencia, pero sí la tiene en el reconocimiento y valoración de lo descubierto. Esto último no debe ser fácil porque muchos científicos cometen “fallos”' al hacerlo, como veremos a continuación con el descubrimiento del hongo de la penicilina y otros similares.













                                                                  "FALLOS"

- Escasa valoración de lo descubierto.

En 1875 el físico inglés John Tyndall estaba intentando averiguar si las bacterias se distribuían uniformemente en la atmósfera o se concentraban en nubes. Puso cien tubos con caldo en distintos sitios y al día siguiente los inspeccionó viendo que algunos tubos permanecían claros y otros turbios, indicando la presencia de bacterias. Con ello demostró que las bacterias no se distribuían uniformemente. En algunos tubos también encontró un hongo que describió como “especialmente bello” y que cuando adquiría una cierta densidad hacía que las bacterias muertas o inactivadas cayeran al fondo del tubo. Parece ser que el hongo era el mismo Penicilium notatum de Fleming.

Los doctores Friedman y Friedland dicen que Tyndall no exploró más el fenómeno porque no sabía que las bacterias causaban las enfermedades infecciosas, ya que hasta 1882 Koch no probó que las bacterias podían causar enfermedades.

En realidad lo que probó Koch en 1882 fue que la tuberculosis humana estaba producida por una bacteria. Sin embargo, en 1876 Koch ya había probado y dado a conocer que el carbunco lo causaba una bacteria (Bacilus anthracis).

En 1866 Pasteur ya había propuesto que las enfermedades contagiosas podían estar causadas por gérmenes que se propagaban de unos individuos a otro.

Si leemos el trabajo de Tyndall de 1877 “La fermentación y su relación con los fenómenos observados en las enfermedades” nos daremos cuenta que consideraba “los bacterios”, como él los llamaba, no sólo causantes de las infecciones de las heridas sino también de las enfermedades epidémicas.

Tyndall se refiere a las investigaciones de Koch en su trabajo. También habla de 528 seres humanos muertos de “splenitis” (inflamación del bazo causada por el carbunco) en Novogorod, entre 1867 y 1870. Por qué no le prestó más atención al hongo, lo desconocemos. Creemos que es muy fácil hacer una crítica retrospectiva cuando se ha descubierto la utilidad de la penicilina.

- Falta de publicidad y de valoración por los que conocieron los trabajos.

En 1896 A. Ernest Dúchesne, alumno de la Escuela de Sanidad Militar de Lyon, comprobó que si se inoculaban animales con P. glaucum y bacterias al mismo tiempo se recuperaban más fácilmente que si se les inyectaban bacterias solamente. Publicó su tesis “Contribución al estudio de la oposición vital entre los microorganismos. Antagonismo entre el moho y los microbios” el 17 de diciembre de 1897. Dúchesne logró curar de fiebre tifoidea a los cobayos.

El trabajo parece que permaneció olvidado en la biblioteca de la Escuela de Sanidad de Lyon por varios años.

Había visto cómo los mozos de cuadra árabes curaban las heridas a los caballos con emplastos de hongos, lo que posiblemente fue su fuente de inspiración.

De hecho, la utilización de los hongos para curar heridas se utilizaba ya en la antigüedad en India, Grecia, Ceilán y otros pueblos.

Sorprendentemente, el hombre de Otzi, descubierto en los Alpes en 2001 y de aproximadamente 3.300 años a.C. portaba dos hongos, en este caso macroscópicos. Uno de ellos era el hongo del abedul (Piptoporus betulinus) y otro el Fomitopsis officinalis, conocido en tiempos de Dioscórides (siglo I) como agaricón y utilizado para recuperarse en estados de debilidad provocados por “infecciones”. No se sabe si utilizaba estos hongos como yesca para hacer fuego o si conocía algunas de sus propiedades.

En 1925, D.A. Gratia de la Universidad de Lieja, señaló en una nota corta que un tipo de penicilium lisaba las bacterias del ántrax. Parece que tampoco despertó el interés.

- Identificación incorrecta y falta de visión de su potencialidad.

Fleming descubrió en septiembre de 1928 que un hongo había contaminado su cultivo de estafilococos e inhibía su desarrollo. Fleming estudió el hongo intensamente al principio, fijó la placa en formol y le sacó fotografías. Enseñó las fotografías y el hongo a distintas personas pero no despertó el interés. Envío una muestra del hongo al micólogo La Touche que lo identificó mal como P. rubrum.

Fleming hizo pruebas con la secreción del hongo y descubrió que inhibía no sólo a los estafilococos, sino también a los estreptococos, gonococos, meningococos y neumococos.También comprobó que inhibía la bacteria de la difteria y que no tenía efecto sobre las bacterias de la fiebre tifoidea y de la tuberculosis.

Sorprendentemente no probó la penicilina con la espiroqueta (Treponema palidum) de la sífilis. Sorprende aún más si se piensa que Fleming era especialista en sífilis que curaba con inyecciones de Salvarsán.* El Salvarsán era la bala mágica contra los microbios que estaba buscando insistentemente Paul Erlich y que por fin encontró en 1909 gracias a la ayuda del químico Bertheim.

Fleming inoculó un ratón y un conejo con penicilina y comprobó su inocuidad. Pero no se le ocurrió inyectarle al mismo tiempo bacterias con lo que se hubiera percatado de sus propiedades bactericidas sistémicas. Fleming parece que no se dio cuenta del alcance de su descubrimiento, ya que solo lo utilizó como antiséptico de uso externo.

- Falta de tenacidad.

Posteriormente en 1931 Harold Rainstrick, director de la Escuela de Higiene de Londres y sus colaboradores Clutterbuck y Lowell, que habían empezado a investigar el moho de Fleming, enviaron una muestra al micólogo Charles Tom, del Departamento de Agricultura de E.U.A., que lo identificó como una variante de Penicilium notatum. El grupo de Rainstrick descubrió que sólo esta variante y no el Penicilum notatum estándar era la que producía la penicilina. Posteriormente, al intentar concentrar la penicilina que estaba disuelta en éter, ésta se volvió inactiva. Debido a este fracaso el grupo dejó de trabajar con la penicilina.

- Falta de interés y de colaboración e ideas preconcebidas.

Fleming perdió también el interés en la penicilina y reanudó sus estudios de la lisozima. Afortunadamente conservó el hongo y lo facilitó para que otros pudieran estudiarlo. Posteriormente diría que no había continuado son sus investigaciones con la penicilina porque sus preparados perdían rápidamente potencia. Quizás hubiera podido extraer penicilina y almacenarla de forma estable si hubiera contado con un buen químico en su laboratorio. Pero su jefe Almroth Wright tenía unas ideas muy particulares sobre los químicos: “no hay suficiente humanidad en los químicos” decía. También pensaba que los fármacos contra las bacterias eran una ilusión.

Es sorprendente que tuviera esta idea cuando ya se estaba utilizando el Salvarsán contra las bacterias de la sífilis.

A principios de la década de 1930 el bacteriólogo Paine hizo pruebas con el hongo de Fleming en infecciones oculares con excelentes resultados. Se lo comunicó a Howard Florey, que entonces era profesor de patología en Sheffield. Parece que no despertó su interés hasta años más tarde, posiblemente por el influjo de Chain.

Esto nos hace pensar que la frase de Pasteur “el azar solo favorece a la mente preparada” no está completa. Si no despierta el interés, no sirve de nada.

Aproximadamente por la misma época que Paine, George Dreyer, director de la escuela Sir William Dunn de Oxford y experto en bacteriófagos, empezó a estudiar el P. notatum pensando que la penicilina era un virus. Cuando se dio cuenta de que no lo era, abandonó la investigación aunque conservó el hongo que posteriormente sería utilizado por Boris Chain.

En 1935 Reid, un estudiante americano, demostró que la penicilina no disolvía las bacterias, sino que inhibía su crecimiento. Quiso seguir investigando pero su supervisor no le permitió hacerlo porque estaba seguro que la penicilina no tenía ningún uso práctico.

Posteriormente, Boris Chain que pensaba que la penicilina era una enzima, también se desilusionó al comprobar que no lo era, y estuvo a punto de abandonar la investigación, aunque afortunadamente no lo hizo, picado por la curiosidad de la inestabilidad de la molécula de penicilina.

Finalmente, Florey, Chain, Heatley y otros muchos consiguieron aislar, purificar y aumentar la producción de penicilina, lo que permitió su empleo como antibiótico.

Esta pequeña muestra de los “fallos” ocurridos en el descubrimiento de la penicilina entre científicos destacados que consiguieron grandes logros, nos demuestra la dificultad de la apreciación de lo descubierto.

La historia del descubrimiento, purificación y explotación de la penicilina reúne todos los ingredientes de una novela de intrigas:

Confrontación entre científicos: por ej. Chain y Florey.

Líos de patentes: en Estados Unidos se patentó el proceso de fabricación de la penicilina, con lo que el Reino Unido que la había descubierto y purificado tuvo que pagar por su fabricación.

Intento de robo entre colegas: el científico Moyer se aprovecho de la ausencia de Heatley para publicar un informe con su única firma.

Norman G. HeatleyFalta de reconocimiento a personas esenciales: como Heatley y otros. 

El premio Nobel se lo concedieron a Fleming, Chain y Florey.
                                                                                                                              
                                                                                                                                                                                                                                                                  
Y hasta intervención de la mafia debido a la escasez y valor de la penicilina.

                                                                                            




El Salvarsán (arsfenamina), descubierto en 1909, fue el primer fármaco que mataba bacterias dentro del cuerpo humano. A partir de 1914 se utilizó el más eficiente Neosalvarsán.


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