Primera
Parte
Comentarios sobre los investigadores, "fallos", historia y proyectos
Introducción
Este
trabajo cuenta la historia de un hallazgo: la desaparición de los
lunares melanocíticos de nuestro cuerpo en el año 2003. Analiza sus
causas e implicaciones y sugiere ideas para un estudio futuro. Al
tiempo que lo escribimos pretendemos aclarar nuestras ideas y
objetivos, afianzar nuestra confianza, dejar constancia y suscitar el
interés entre personas o instituciones con capacidad y medios para
investigar a fondo el asunto.
Esta
primera parte consta de los siguientes apartados:
-
Comentarios sobre los investigadores
- Historia del hallazgo
- Proyectos
Nuestra
idea es publicarla independientemente del resto de los comentarios
en que analizaremos
los alimentos con probable influencia en los lunares.
Las
razones de este aplazamiento temporal en la publicación son:
1º)
Suscitar el interés y recabar opiniones y consejos de personas
expertas
2º)
Aunque nosotros no hemos notado efectos secundarios importantes, no
los descartamos, y no deseamos que alguien los utilice de manera
inadecuada. Puede que ocurran interacciones que desconocemos.
Esperamos conocer más al respecto cuando publiquemos el resto.*
3º)
Deseamos participar en la investigación futura y creemos que es
nuestra única forma de presión.**
* A finales de 2011 hemos observado efectos secundarios importantes
que comentamos en la tercera parte.
** Como comentamos en el preámbulo, hemos decidido publicar todo el
trabajo conjuntamente. Los planes que teníamos en el año 2010 cuando escribimos esta parte han ido variando. Nos hemos llevado algunas decepciones, pero hemos ganado en confianza. Al final creemos que uno tiene que pelear por lo que cree. Cuando escribimos esta parte estábamos perdidos y confusos y no sabíamos como llamar la atención de los expertos.
COMENTARIOS SOBRE LOS INVESTIGADORES
COMENTARIOS SOBRE LOS INVESTIGADORES
El
24 de septiembre de 2010 asistimos a la conferencia “Por qué soy
científico”, impartida por ocho directores de los Institutos
Madrileños de Estudios Avanzados (IMDEA). Uno de ellos dijo, más o
menos, que el frente de la ciencia es muy amplio y que cualquiera
puede dar un paso al frente, es decir, descubrir algo. Lo que hay que
saber es dónde está la frontera.
La
frase nos gustó, sobre todo porque apoyaba nuestro convencimiento de
que para descubrir algo no hace falta ser un genio.
Por
esas fechas leímos “Los diez mayores descubrimientos de la
medicina”, en el que los autores Meyer Friedman y Gerald W.
Friedlan dicen que quienes hicieron estos descubrimientos no eran
genios; ni siquiera consideran genio a James Watson, uno de los
descubridores de la estructura del ADN.
Nosotros,
que nos sentimos deslumbrados, empequeñecidos y abrumados por los
logros de la ciencia y tecnología actuales, adquirimos cierta
seguridad y entusiasmo al leer esto.
En
el año 2010 leímos “Cazadores de microbios” y al pensar en
Pasteur, Koch, Roux, Grassi, Bering, Metchnikoff y muchos otros
investigadores de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX
y sus brillantes descubrimientos, nos convencimos de que había sido
una afortunada conjunción de circunstancias y personas notables,
pero no genios, al menos no la mayoría.
Lo
mismo se puede aplicar a los que descubrieron los neurolépticos, los
antidepresivos y los tranquilizantes en apenas diez años (década de
1950). De lo contrario, tendríamos que pensar que el parto de los
genios se produce de manera intermitente en oleadas puntuales.
El
que no sea preciso ser genio para poder investigar no implica que no
sean convenientes ciertas cualidades y requisitos, tales como
curiosidad, dotes de observación, imaginación, tenacidad,
meticulosidad …
En
la conferencia mencionada antes hubo cierta discrepancia entre un
científico que decía que se podían hacer muchas cosas siendo
licenciado y otro que pensaba que era
preciso
ser doctorado. Entendimos que se refería a conocer mejor donde está
la última frontera del conocimiento.
Podemos,
pues, concluir que un requisito para investigar es la instrucción o
formación. Esto lleva implícito el apoyarse en lo descubierto por
otros, ya que cualquier logro es el resultado habitualmente de la
suma de muchos. Como decía
Newton
“Si he llegado a ver más lejos fue porque me alcé sobre los
hombros de gigantes”.
Lo
ideal sería la colaboración simultánea entre distintos expertos
pero pocas veces ocurre.
Algunos
descubrimientos se han hecho por no expertos o por expertos en otros
campos, sobre todo antes de la especialización de la ciencia actual.
A
veces ideas aceptadas como verdaderas son erróneas o presentan
excepciones. Por ejemplo: el convencimiento de que ninguna bacteria
podía vivir en el medio ácido del estómago dificultó el
descubrimiento y aceptación de que la bacteria Helicobacter
pylori, causante
de la mayoría de las úlceras gastroduodenales, vivía en el
recubrimiento del estómago.
El hallazgo que comentamos en el siguiente apartado: la desaparición de nuestros lunares debido al consumo de unos alimentos creemos que choca también con ideas preconcebidas que impiden aceptar que sea posible.
Como ejemplo ilustrativo de investigador podemos considerar a Fleming. Nació en 1881, en pleno apogeo de los estudios microbiológicos de los equipos de Pasteur en Francia y de los de Koch en Alemania. Estudió medicina en la Escuela de Medicina del Hospital Sta. María de Londres y a partir de 1906 trabajó en el Departamento de Inoculaciones a las órdenes de A. Wright, entusiasta de la vacunación en la prevención de las enfermedades infecciosas. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó en el hospital de Boulogne en Francia donde tuvo la ocasión de comprobar los estragos de las balas y la metralla en los heridos: gangrena gaseosa, sepsis etc.
Fleming
era un bacteriólogo con grandes dotes de observación, minuciosidad
y paciencia. También era experto en vacunas. Se interesó por la
antisepsia y propuso el lavado de heridas con soluciones salinas para
evitar los efectos tóxicos del fenol sobre los fagocitos.
En
Londres continuó sus estudios sobre la antisepsia. En 1921 descubrió
que una sustancia contenida en el moco aclaraba las bacterias. Wright
bautizó posteriormente la sustancia como lisozima y a la bacteria
del cultivo de Fleming como Micrococcus
lisodeikticus.
Fleming estudió intensamente la efectividad de la lisozima sobre
distintos gérmenes. Cultivaba cada cepa de bacteria en una placa de
Petri con agar y después probaba el efecto sobre ella de distintas
composiciones corporales (moco,
lágrimas
etc.) y al mismo tiempo distintos antisépticos (bicloruro de
mercurio, solución yodada, fenol y acriflavina). Fleming consideró
la lisozima como un antiséptico natural con características
parecidas a las enzimas. Descubrió que la clara de huevo era rica en
lisozima (su concentración en lisozima era más de 200 veces
superior a la de las
lágrimas). Inyectó
de forma intravenosa a un conejo con clara de huevo y comprobó su
poder bactericida. Intentó purificar la lisozima pero no lo
consiguió. Posteriormente en 1937 se purificó y Robinson demostró
su carácter enzimático.
Fleming
adquirió fama por su segundo descubrimiento, la penicilina, sin
embargo, desde el punto de vista de la dificultad del descubrimiento
creemos que el de la lisozima fue mayor, por ser el primero.
El
descubrimiento de la lisis de bacterias por distintos
microorganismos, bacterias, mohos, virus, se había observado por
varios investigadores anteriores a Fleming. Uno de los primeros fue
Pasteur que descubrió que las bacterias del carbunco contenidas en
un matraz de orina hervida habían desaparecido debido a los
microbios del aire.
Más
cercanos al descubrimiento de Fleming de la lisozima tenemos el
descubrimiento en 1915 de Twort de un agente bacteriolítíco que
posteriormente se comprobó que era un bacteriófago.
Independientemente,
d'Herelle en 1917 descubrió un virus que lisaba las bacterias de la
disentería al que en 1918 llamó bacteriófago. Utilizó los fagos
para curar animales y posteriormente personas (fagoterapia).
Actualmente la fagoterapia está adquiriendo gran interés debido a
que es el principal medio para luchar contra las bacterias
multirresistentes.*
Otro
investigador que hizo estudios sobre la actividad inhibitoria de los
hongos del género penicilium
sobre cultivos de estafilococos y estrectococos entre los años 1915
y 1927 fue el costarricense Clodomiro Picado.
Todos
los requisitos comentados anteriormente sobre los científicos los
cumple
Fleming: época y lugar apropiado, formación, interés, apoyo en
descubrimientos anteriores etc. Solo le faltó la colaboración con
los químicos que le impidió aislar y purificar la lisozima y la
penicilina.
* En el post de Esther Guarinos “Un as en la manga: los fagos de
Tiflis” se comenta la curación de una gangrena en una pierna
(incurable con antibióticos) y el nuevo auge que está tomando el
Instituto Eliava de Tbilisi, la capital de Georgia.
Finalmente
debemos considerar el papel que desempeña la casualidad en muchos
descubrimientos y que también fue clave en los de Fleming, en la que
el científico no tiene influencia, pero sí la tiene en el
reconocimiento y valoración de lo descubierto. Esto último no debe
ser fácil porque muchos científicos cometen “fallos”' al
hacerlo, como veremos a continuación con el descubrimiento del hongo
de la penicilina y otros similares.
"FALLOS"
-
Escasa valoración de lo descubierto.
En
1875 el físico inglés John Tyndall estaba intentando averiguar si
las bacterias se distribuían uniformemente en la atmósfera o se
concentraban en nubes. Puso cien tubos con caldo en distintos sitios
y al día siguiente los inspeccionó viendo que algunos tubos
permanecían claros y otros turbios, indicando la presencia de
bacterias. Con ello demostró que las bacterias no se distribuían
uniformemente. En algunos tubos también encontró un hongo que
describió como “especialmente bello” y que cuando adquiría una
cierta densidad hacía que las bacterias muertas o inactivadas
cayeran al fondo del tubo. Parece ser que el hongo era el mismo
Penicilium notatum
de Fleming.
Los
doctores Friedman y Friedland dicen que Tyndall no exploró más el
fenómeno porque no sabía que las bacterias causaban las
enfermedades infecciosas, ya que hasta 1882 Koch no probó que las
bacterias podían causar enfermedades.
En
realidad lo que probó Koch en 1882 fue que la tuberculosis humana
estaba producida por una bacteria. Sin embargo, en 1876 Koch ya había
probado y dado a conocer que el carbunco lo causaba una bacteria
(Bacilus
anthracis).
En
1866 Pasteur ya había propuesto que las enfermedades contagiosas
podían estar causadas por gérmenes que se propagaban de unos
individuos a otro.
* El Salvarsán (arsfenamina), descubierto en 1909, fue el primer fármaco que mataba bacterias dentro del cuerpo humano. A partir de 1914 se utilizó el más eficiente Neosalvarsán.
Si
leemos el trabajo de Tyndall de 1877 “La fermentación y su
relación con los fenómenos observados en las enfermedades” nos
daremos cuenta que consideraba “los bacterios”, como él los
llamaba, no sólo causantes de las infecciones de las heridas sino
también de las enfermedades epidémicas.
Tyndall
se refiere a las investigaciones de Koch en su trabajo. También
habla de 528 seres humanos muertos de “splenitis” (inflamación
del bazo causada por el carbunco) en Novogorod, entre 1867 y 1870.
Por qué no le prestó más atención al hongo, lo
desconocemos. Creemos que es muy fácil hacer una crítica
retrospectiva cuando se ha descubierto la utilidad de la penicilina.
-
Falta de publicidad y de valoración por los que conocieron los
trabajos.
En
1896 A. Ernest Dúchesne, alumno de la Escuela de Sanidad Militar de
Lyon,
comprobó
que si se inoculaban animales con
P. glaucum y
bacterias al mismo tiempo se recuperaban más fácilmente que si se
les inyectaban bacterias solamente. Publicó su tesis “Contribución
al estudio de la oposición vital entre los microorganismos.
Antagonismo entre el moho y los microbios” el 17 de diciembre de
1897. Dúchesne logró curar de fiebre tifoidea a los cobayos.
El
trabajo parece que permaneció olvidado en la biblioteca de la
Escuela de Sanidad de Lyon por varios años.
Había
visto cómo los mozos de cuadra árabes curaban las heridas a los
caballos con emplastos de hongos, lo que posiblemente fue su fuente
de inspiración.
De
hecho, la utilización de los hongos para curar heridas se utilizaba
ya en la antigüedad en India, Grecia, Ceilán y otros pueblos.
Sorprendentemente,
el hombre de Otzi, descubierto en los Alpes en 2001 y de
aproximadamente 3.300 años a.C. portaba dos hongos, en este caso
macroscópicos. Uno de ellos era el hongo del abedul (Piptoporus
betulinus)
y otro el Fomitopsis
officinalis,
conocido en tiempos de Dioscórides (siglo I) como agaricón y
utilizado para recuperarse en estados de debilidad provocados por
“infecciones”. No se sabe si utilizaba estos hongos como yesca
para hacer fuego o si conocía algunas de sus propiedades.
En
1925, D.A. Gratia de la Universidad de Lieja, señaló en una nota
corta que un tipo de penicilium
lisaba
las bacterias del ántrax. Parece que tampoco despertó el interés.
-
Identificación incorrecta y falta de visión de su potencialidad.
Fleming
descubrió en septiembre de 1928 que un hongo había contaminado su
cultivo de estafilococos e inhibía su desarrollo. Fleming estudió
el hongo intensamente al principio, fijó la placa en formol y le
sacó fotografías. Enseñó las fotografías y el hongo a distintas
personas pero no despertó el interés. Envío una muestra del hongo
al micólogo La Touche que lo identificó mal como P.
rubrum.
Fleming
hizo pruebas con la secreción del hongo y descubrió que inhibía
no sólo a los estafilococos, sino también a los estreptococos,
gonococos, meningococos y neumococos.También comprobó que inhibía
la bacteria de la difteria y que no tenía efecto sobre las bacterias
de la fiebre tifoidea y de la tuberculosis.
Sorprendentemente
no probó la penicilina con la espiroqueta (Treponema
palidum)
de la sífilis. Sorprende aún más si se piensa que Fleming era
especialista en sífilis que curaba con inyecciones de Salvarsán.* El Salvarsán era la bala mágica contra los microbios que estaba buscando insistentemente Paul Erlich y que por fin encontró
en
1909
gracias a la ayuda del químico Bertheim.
Fleming inoculó un ratón y un conejo con penicilina y comprobó su inocuidad. Pero no se le ocurrió inyectarle al mismo tiempo bacterias con lo que se hubiera percatado de sus propiedades bactericidas sistémicas. Fleming parece que no se dio cuenta del alcance de su descubrimiento, ya que solo lo utilizó como antiséptico de uso externo.
Fleming inoculó un ratón y un conejo con penicilina y comprobó su inocuidad. Pero no se le ocurrió inyectarle al mismo tiempo bacterias con lo que se hubiera percatado de sus propiedades bactericidas sistémicas. Fleming parece que no se dio cuenta del alcance de su descubrimiento, ya que solo lo utilizó como antiséptico de uso externo.
-
Falta
de tenacidad.
Posteriormente
en 1931 Harold Rainstrick, director de la Escuela de Higiene de
Londres y sus colaboradores Clutterbuck y Lowell, que habían
empezado a investigar el moho de Fleming, enviaron una muestra al
micólogo Charles Tom, del Departamento de Agricultura de E.U.A., que
lo identificó como una variante de Penicilium
notatum.
El grupo de Rainstrick descubrió que sólo esta variante y no el
Penicilum notatum
estándar era la que producía la penicilina. Posteriormente, al
intentar concentrar la penicilina que estaba disuelta en éter, ésta
se volvió inactiva. Debido a este fracaso el grupo dejó de trabajar
con la penicilina.
- Falta de interés y de colaboración e ideas preconcebidas.
- Falta de interés y de colaboración e ideas preconcebidas.
Fleming
perdió también el interés en la penicilina y reanudó sus estudios
de la lisozima. Afortunadamente conservó el hongo y lo facilitó
para que otros pudieran estudiarlo. Posteriormente diría que no
había continuado son sus investigaciones con la penicilina porque
sus preparados perdían rápidamente potencia. Quizás hubiera podido
extraer penicilina y almacenarla de forma estable si hubiera contado
con un buen químico en su laboratorio. Pero su jefe Almroth Wright
tenía unas ideas muy particulares sobre los químicos: “no hay
suficiente humanidad en los químicos” decía. También pensaba
que los fármacos contra las bacterias eran una ilusión.
Es
sorprendente que tuviera esta idea cuando ya se estaba utilizando el
Salvarsán contra las bacterias de la sífilis.
A
principios de la década de 1930 el bacteriólogo Paine hizo pruebas
con el hongo de Fleming en infecciones oculares con excelentes
resultados. Se lo comunicó a Howard Florey, que entonces era
profesor de patología en Sheffield. Parece que no despertó su
interés hasta años más tarde, posiblemente por el influjo de
Chain.
Esto
nos hace pensar que la frase de Pasteur “el azar solo favorece a la
mente preparada” no está completa. Si no despierta el interés, no
sirve de nada.
Aproximadamente
por la misma época que Paine, George Dreyer, director de la escuela
Sir William Dunn de Oxford y experto en bacteriófagos, empezó a
estudiar el P.
notatum
pensando que la penicilina era un virus. Cuando se dio cuenta de que
no lo era, abandonó la investigación aunque conservó el hongo que
posteriormente sería utilizado por Boris Chain.
En
1935 Reid, un estudiante americano, demostró que la penicilina no
disolvía las bacterias, sino que inhibía su crecimiento. Quiso
seguir investigando pero su supervisor no le permitió hacerlo porque
estaba seguro que la penicilina no tenía ningún uso práctico.
Posteriormente,
Boris Chain que pensaba que la penicilina era una enzima, también se
desilusionó al comprobar que no lo era, y estuvo a punto de
abandonar la investigación, aunque afortunadamente no lo hizo,
picado por la curiosidad de la inestabilidad de la molécula de
penicilina.
Finalmente,
Florey, Chain, Heatley y otros muchos consiguieron aislar, purificar
y aumentar la producción de penicilina, lo que permitió su empleo
como antibiótico.
Esta
pequeña muestra de los “fallos” ocurridos en el descubrimiento
de la penicilina entre científicos destacados que consiguieron
grandes logros, nos demuestra la dificultad de la apreciación de lo
descubierto.
La
historia del descubrimiento, purificación y explotación de la
penicilina reúne todos los ingredientes de una novela de intrigas:
Confrontación
entre científicos: por ej. Chain y Florey.
Líos
de patentes: en Estados Unidos se patentó el proceso de fabricación
de la penicilina, con lo que el Reino Unido que la había descubierto
y purificado tuvo que pagar por su fabricación.
Intento
de robo entre colegas: el científico Moyer se aprovecho de la
ausencia de Heatley para publicar un informe con su única firma.
Falta
de reconocimiento a personas esenciales: como Heatley y otros.
El premio Nobel se lo concedieron a Fleming, Chain y Florey.
El premio Nobel se lo concedieron a Fleming, Chain y Florey.
Y
hasta intervención de la mafia debido a la escasez y valor de la
penicilina.
* El Salvarsán (arsfenamina), descubierto en 1909, fue el primer fármaco que mataba bacterias dentro del cuerpo humano. A partir de 1914 se utilizó el más eficiente Neosalvarsán.
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